El problema del cambio y transformación del Mundo Antiguo es lo que se ha llamado “Temprana Edad Media” o, más recientemente, “Antigüedad Tardía”, una época de transición que marca el nacimiento de nuestra Civilización Cristiana Occidental. Aunque es muy difícil establecer una fecha precisa de inicio, es menester recordar que tradicionalmente se han propuesto los siguientes hitos cronológicos: año 313, cuando, mediante el Edicto de Milán, el catolicismo es legalmente aceptado dentro del Imperio Romano por Constantino el Grande, o, parte del mismo proceso, el año 380, cuando el catolicismo se transforma en la religión oficial del Imperio Romano; todavía en el siglo IV, el año 395, cuando Teodosio el Grande divide el Imperio en una parte occidental y otra oriental, y, desde ese momento, estaríamos frente a dos historias distintas: la de la Civilización Cristiana Occidental, latina, y la de la Civilización Cristiana Oriental, greco-eslava. En cuanto al siglo V, normalmente se asume que el año 410, cuando Roma es saqueada por los visigodos, o el 476, cuando es depuesto el último emperador romano en Occidente, son las fechas que marcan el fin del Mundo Grecorromano; por último, hay quienes señalan que las estructuras del Mundo Antiguo se prolongan hasta mediados o fines del siglo VIII, cuando se produce un giro importante en la vida histórica del Mediterráneo al aparecer en el horizonte de la historia la Civilización Islámica.
La verdad es que buscar una fecha precisa es irrelevante frente a lo que realmente sucedió: un proceso gradual de cambio, sin alteraciones bruscas, y con matices distintivos según el lugar y la época que se estudie. Durante este proceso no es posible hablar de una ruptura total entre el Mundo Antiguo y la Edad Media, ya que ésta conservó buena parte del legado de aquél, y tampoco de una continuidad total, puesto que, a pesar de las permanencias, hubo cambios importantes y significativos. Por ejemplo, la lengua latina puede ser un factor de continuidad, pero el latín medieval sufrió cambios semánticos y fonológicos -entre otros-, que lo distinguen claramente, y tales cambios no son sino una expresión de un proceso a mayor escala, y que abarca desde el campo institucional hasta el nivel de las mentalidades. Ni ruptura ni cambio, sino encuentro fecundo de tradiciones culturales diversas que, en ciertas concepciones fundamentales, están en una verdadera consonancia histórica, lo que permite que el proceso de cambio sea paulatino y provechoso, y no violento y destructivo. En el fin del Mundo Antiguo está la simiente del Mundo Medieval.
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